Que
un grupo de indígenas y mestizos y afroecuatorianos tome la decisión de marchar
por las carreteras del país es legítimo.
Vivimos
en un sistema democrático donde todos tenemos derecho a expresar nuestros
disensos y a ejercer el derecho constitucional a la resistencia.
Sin
embargo, los dirigentes de la marcha y quienes la apoyan desde los medios y
desde las redes sociales tienen la enorme responsabilidad de lograr la legitimidad
de la marcha sin mentirle al país, convirtiéndose en los principales críticos y
autocríticos de lo que viene sucediendo en la caminata que, según sus líderes,
arribará a Quito el próximo jueves 13 en concordancia con el llamado a un paro
nacional contra el Gobierno.
Muchas
mentiras, mucha fantasía y mucha violencia verbal gratuita no le hacen bien a
la marcha. Cuando se busca credibilidad y cuando se apunta a un objetivo
político real y claro, los responsables de la movilización deben exigir que nadie
manipule su derecho a expresarse.
Pero
no lo hacen. Dejan que en las redes sociales se suban fotografías de caminatas
de años anteriores, cuando la fuerza indígena era mucho más consistente y
sólida, o que aparezcan imágenes de procesiones y romerías católicas –estas sí,
multitudinarias- ocurridas en el pasado y que supuestamente son fotografías de
la “inmensa movilización nacional”.
Engañarse
a sí mismos es peor que engañar a los demás. Pretender convencernos de que en
la marcha hay “cientos de miles” de ciudadanos no tiene ningún sentido, porque
no es real. Y al no ser real quien en verdad se engaña es el dirigente que
convierte en una película de ficción lo que anhela pero no existe.
Si
fueran 200 o 300 quienes están marchando por las provincias, pues que se diga
que son 200 o 300. En periodismo y en la vida, una cifra real siempre es más
valorada que una cifra inflada o distorsionada. ¿Para qué crear escenarios
inexistentes? ¿Para que el Gobierno sienta miedo de lo que podría ocurrir el
próximo jueves o el día que logren arribar a la Capital? ¿Para provocar una
reacción desproporcionada de las fuerzas del orden y conseguir el mártir que
encienda una crisis política?
En
las redes sociales, los simpatizantes de quienes marchan no les hacen ningún
favor cuando, atravesados por el odio al Régimen, buscan y colocan fotografías
que no corresponden a la realidad.
Tampoco
contribuyen a la legitimidad de la marcha los periodistas y los medios de
comunicación que la acompañan.
Ellos
también inflan las cifras, convierten a los manifestantes en héroes de la
resistencia, les dan micrófono en cada pueblo o ciudad donde llegan para que
expliquen por qué están en esa actitud (aunque ni siquiera tienen claro qué
proponen: unos hablan de echar abajo las enmiendas, otros de la ley de aguas,
otros de los “ochos años de sufrimiento bajo la tiranía”, otros de que se
derogue la agencia de control para el ejercicio ético de la medicina, otros de
que se devuelvan al MPD los fondos que ahora maneja el IESS. Y así…).
Pero
los periodistas de los medios privados no preguntan demasiado porque no les
conviene. Su acompañamiento tiene un claro propósito: mantener en el imaginario
social la idea de que muchos ecuatorianos (“muchusísimos”, dijo uno) rechazan
las políticas gubernamentales.
Aquello
se ve tan claro como cuando en un pueblo de la serranía también hay una marcha
a favor del Régimen y el reportero, que está junto a esa marcha, decide, por su
cuenta o por orden de sus patrones, omitir la información.
O,
más patético aún, cuando desde la camioneta de un canal de televisión se
reparten cajas de alimentos enlatados a los anticorreístas y una de las
dirigentes de la marcha no tiene reparos en admitirlo.
O,
peor, la “sutileza” del denominado Canal del Cerro para pasar la película
“García Moreno” en la que uno de sus momentos más terribles es la represión
criminal a los indígenas de Cotopaxi en una protesta de aquellos años.
Pregunto,
señores dirigentes de la marcha, ¿no eran esos canales “los enemigos del
pueblo” cuando en 2006, en Montecristi, se hablaba de la necesidad de una ley
de Comunicación?
¿No
eran ellos, los dirigentes de la marcha y en ese entonces asambleístas, quienes
más exigían la redacción y promulgación de una ley “que frenara los abusos de
los medios vinculados a los banqueros, a la oligarquía y a la partidocracia?”.
¿En
qué momento se trastocaron los roles y ahora son aliados?
¿Qué
los une?
¿Qué
perspectivas y proyectos comunes para cambiar el país tienen los banqueros, los
indígenas, los médicos, la derecha, el gutierrismo y los alcaldes
socialcristianos?
¿Cómo
gobernarían desde el 2017 si llegaran a ganar las elecciones?
¿En
qué consistiría el reparto de parcelas de poder?
¿Cuál
es ahora, por ejemplo, el hilo conductor de una marcha que intenta expresar en
simultáneo el malestar del alcalde de Guayaquil, de la Conaie y de un
multimillonario banquero?
Los
medios de comunicación privados dicen medias verdades y, por tanto, mienten.
Los
simpatizantes de la marcha también dicen medias verdades o fabrican realidades
que no están ocurriendo, con fotos y memes que no ayudan a la legitimidad de la
marcha, una legitimidad que poco a poco va perdiendo fuerza por culpa de sus
propios dirigentes, quienes prefieren engañarse y engañar, como si la
democracia se construyera fingiendo que el país está a punto de que se rompa
esa democracia el momento que la marcha, masiva y poderosa según ellos, exija
en Quito que se vaya el Presidente.
Puede
ser que esa sea su idea obsesiva cuando en la avenida de Los Shyris, en Quito,
unos cuantos gritan, casi sin entusiasmo y de forma mecánica, “fuera, Correa,
fuera”, dirigidos por quienes van a Miami a dictar conferencias financiadas por
oscuros capitales de exbanqueros corruptos y de fundaciones de extrema derecha
estadounidense.
Señores
dirigentes de la marcha, créanme que aún les queda tiempo para decir la verdad
al país antes de llegar al día 13 y hacer un papelón que no conducirá a nada
más que a desestabilizar al país.
Mi
propuesta es que se reúnan los dirigentes de la marcha con los dueños de los
medios de comunicación privados y los más enconados usuarios de las redes
sociales.
Que
dialoguen y resuelvan contar al país lo que en realidad está pasando con esa
lánguida marcha que ni siquiera tiene una plataforma de lucha coherente, la
cual también tendrían que definir para que los pocos que marchan desde una
actitud equivocada, pero sincera, no sean títeres o peones de un macabro
ajedrez manejado por la peor oligarquía que ha dominado el país durante toda su
historia.
Mírense.
Vean en qué coinciden. Soliciten a la extrema derecha que no les apoye si en
realidad la marcha es de la resistencia de la otra izquierda. Pidan a los
dueños de los canales de TV que dejen de llamarse independientes, objetivos,
veraces e imparciales y que digan, de frente, que están en contra del Gobierno.
Rueguen a los fanáticos de las redes sociales que nos les hagan quedan en
ridículo.
Es un
tema de ética política y mediática.
Y se
harían un gran favor.
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